Hasta la noche del 30 de diciembre de 2004, Hernán Luzzi y Damián De Luca tenían cuatro puntos en común: eran compañeros en el plantel de General Lamadrid, hinchaban por River, les gustaba el rock nacional e iban a presenciar el recital de Callejeros en el boliche República Cromañón para despedir el año. Pero después de ese día, un hecho atroz fortaleció ese vínculo y los hermanó para siempre: fueron sobrevivientes de uno de los incendios más brutales de la historia argentina, que dejó 194 muertos.
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Luzzi, de 24 eneros en el DNI hasta ese entonces, había hecho un recorrido profundo en el fútbol. Comenzó en las Inferiores del Millonario y pasó por las de Arsenal, Independiente y Banfield. Como profesional, había jugado en Defensores de Unidos de Zárate, previo a llegar al Carcelero dos años antes de la tragedia. De Luca, al que apodaban Lucho por su parecido estético y técnico con el mediocampista Luis González, había debutado en Primera unos meses atrás y disfrutaba de pasar tiempo con sus amigos de Villa del Parque.
Aunque no eran amigos en esos tiempos, los dos solían escuchar rock y mantenían un ida y vuelta fluido. "La relación era muy buena, pero dentro del plantel no estábamos pegados. Yo por ahí estaba más cerca de los otros chicos que habían subido recién y él ya tenía afianzado su grupito en el vestuario", contextualiza Damián, quien hoy trabaja en una bulonería mayorista del barrio, en una charla con tycsports.com.

En los inicios del Siglo XXI, Callejeros, liderado por Patricio Santos Fontanet, había empezado a hacerse un nombre en la escena rockera. Luzzi se consideraba fanático y los había ido a ver a todos lados, incluidos algunos rincones profundos de la provincia de Buenos Aires. "Es como cuando vas a la cancha de visitante, que van siempre los mismos", cuenta. Ya habían tocado en Cromañón a mediados de 2004 y en la cancha de Excursionistas, donde acumularon más de 5.000 personas. Hernán había estado el 28, 29 y pensaba decir presente también el 30 en el recinto de Omar Chabán, el gran promotor del rock. Pero a Damián le regaló la entrada un amigo del barrio a último momento. "Para mí era una oportunidad", confiesa.
Luzzi, que jugaba de defensor central o de mediocampista, había recibido varios mensajes del destino que le indicaban que no era un día para ir a Cromañón: "Yo había sacado entrada, pero una amiga me ofreció a pasar por lista y me dijo que fuera temprano. Entonces, la mía la vendí. Cuando llegué, el flaco que tenía que entregar el listado, no lo había hecho. Logré entrar más tarde y, mientras sonaba Ojos Locos (el grupo telonero), me suena el teléfono. Era mi novia. Nos habíamos peleado hacía poco. Salí para atender porque no se escuchaba nada. Cuando quise volver a entrar, no me dejaron. Había que esperar a que arrancara Callejeros".

Paso a paso del infierno de Cromañón
Después de un breve aviso de Chabán -"No sean pelotudos, no tiren bengalas. Si alguien prende algo, nos morimos todos"-, el grupo de Villa Celina abrió con el tema Distinto, pero no llegó a completarlo. Una persona del público activó una candela, comúnmente llamada tres tiros, y encendió la media sombra inflamable que recubría el techo.
"Cuando arrancó el show, todos empezaron a saltar las vallas. Hice 20 metros, no llegué ni al medio de la pista. Justo vi el fogonazo y al toque se cortó la luz. Quedó todo oscuro. Era recordar dónde estabas y el recorrido, pero con el griterío era difícil. Igualmente, no tuve ni tiempo de pensar. Me empezó a llevar para atrás la gente a los empujones y salí a los 15 segundos. La gente se iba cayendo muy de golpe", recuerda Luzzi.
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En tanto, De Luca estaba más cerca del escenario, junto con su grupo de amigos, y vio centellar a pocos metros el cielo de República Cromañón. "Fue como cuando se prende un plástico, que empieza la aureola a hacerse más grande y más grande. En dos segundos, levanté la cabeza dos veces y ahí sí, ya se había visto fuego. Tuve la suerte, no sé cómo llamarlo, que me agarró como si fuese una corriente en el medio del mar, que fue directo para la salida. Era toda una manada que íbamos pegaditos cuerpo a cuerpo. Estábamos transitando todo lo que era la entrada viste, como un pasillo medio largo. A la mitad, miramos para atrás y ahí vemos que se corta la luz", rememora.
La media sombra del techo no solo era inflamable, sino también tóxica. El ahogo con el que salieron los jóvenes, por el humo negro y espeso que se había propagado en un lugar con poco oxígeno, estaba relacionado con el veneno que entraba a sus vías aéreas. Los médicos del SAME llegaron al lugar lo más rápido posible, pero no daban abasto. Los sobrepasó la situación. "Nosotros agarrábamos las vallas blancas, poníamos a los chicos o las chicas arriba y los íbamos llevando tipo camilla hasta las ambulancias", advierte Luzzi.
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Crónica fue de los primeros medios en arribar a la puerta de Bartolomé Mitre 3070. Las imágenes mostraron una escena atroz: los cadáveres estaban acostados sobre la vereda para que sus familiares los identificaran. Se había armado una morgue improvisada. "Nunca me voy a olvidar la cara de esa chica... ella no quería hablar y estaba ahogada. Le preguntamos con quién vivía, a quién llamar y nos contestaba como podía. Nos dijo que el hermano estaba adentro. En un momento, nos dejó de hablar, como que se desmayó. Me acuerdo que le dije a una médica que viniera porque se estaba ahogando. Ella la revisa y le pone los dedos en la carótida. Me pregunta si ella era familiar o amiga mía. Y ahí me dice: 'Dejala, porque está muerta'. Parece crudo, pero no se podía perder tiempo", describe Hernán, con un sutil quiebre en la voz.
Y Damián añade: "A mí me quedó grabado tener que buscar a los pibes en la vereda, donde estaban poniendo a todos los que no aguantaron. Tener que buscar ahí, con la desesperación de que podés encontrar a alguien... Eso es imposible sacártelo de la cabeza".
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Ninguno sufrió lesiones por el incendio y tampoco perdieron a los amigos con los que habían ido. Por eso, el reencuentro con sus padres significó un desahogo. La prueba de lo efímera que puede ser la vida sin saberlo. En este sentido, Luzzi ejemplifica: "Mi viejo me dejó una carta a la mañana que me hizo tomar conciencia de la magnitud de lo que habían pasado ellos. Me puso que, cuando él me dice las cosas, no es por hincharme las bolas, sobre todo con el tema de la cancha o la murga. Si me hubiese pasado algo en Cromañón, la vida de él no hubiese tenido razón de ser. Esa frase no me olvidó más. El día que tuve a mi hijo me di cuenta de lo que me estaba queriendo decir".
Para Ana, la madre de Damián De Luca, el 30 de diciembre de 2004 su hijo volvió a nacer: "Mi vieja hasta el día de hoy me da un abrazo cuando llega esa fecha. Ella lo toma como un segundo cumpleaños, digamos. El alivio más grande para ellos fue cuando los é por teléfono".
"El fútbol nos salvó en el post Cromañón"
Los sobrevivientes volvieron a los entrenamientos en Villa Devoto los primeros días de enero. La herida todavía sangraba: "Cuando nos vimos con Hernán, también fue una locura. Contamos lo que vivió cada uno. Nos comimos la cagada a pedos del DT de turno. Nos decía que éramos futbolistas y no podíamos hacer esas pelotudeces".
Ambos coinciden en que, para afrontar los meses posteriores a la noche en la que murieron 194 personas de 3.000 que había en Once (fuente: "Voces, Tiempo, Verdad", de Bruno Larocca), el fútbol fue fundamental. "Me salvó. No me dio tiempo detenerme a pensar que lo que pasó fue un milagro, que yo tenía que haber estado ahí adentro y no haber salido. Si yo hubiese pensado realmente la magnitud de lo que fue, posiblemente me hubiese estancado, me hubiese quedado o dejado de jugar. Y el año siguiente fue bueno. Creo que me hizo madurar. Aprendí a valorar lo que tenía sin darme cuenta", piensa Luzzi, quien hoy es empleado estatal, entrenador en el club Federación Caballito y formó una familia de dos hijos junto con su pareja.
Lucho también se suma a la reflexión, por lo menos en el corto plazo: "El fútbol era tener medio día la cabeza ocupada, pero las amistades y la familia son una contención implícita que te ayuda constantemente. Hoy siguen siendo lo más importante. Yo en ese momento estaba estudiando profesorado de Educación Física. Entonces, tener la mañana completa con el entrenamiento y a la tarde-noche el tema del estudio me ayudó a no pensar en el tema quizás".
Y marca: "Sentí la necesidad de bloquear todo. Afuera era difícil que no te estén preguntando constantemente que era lo que había vivido. Durante bastante tiempo no fui ningún otro evento, a Callejeros obviamente no lo vi más hasta hace muy poquito, que me animé y volví en el Luna Park, con todos los recaudos necesarios".
En cambio, Luzzi se hizo un tatuaje de la banda y sigue vinculado con Don Osvaldo, el grupo que formó Santos Fontanet tras la disolución en 2010, primero llamado Casi Justicia Social. "Al principio me costó mucho, pero no desde el lado de un enojo, sino de que me traía muchos recuerdos de esa noche. Después volví a escucharlos, me lo ponía de fondo, sin pensar en nada. Cromañón fue una bomba que les cayó a ellos, le podría dar pasado a cualquier otra banda. Yo los fui a ver en Córdoba, cuando ya habían salido de la cárcel", explica.

"Lo que pasó en Cromañón fue culpa de todos"
En 2008 comenzaron los juicios para determinar las responsabilidades de la masacre. República Cromañón contaba con capacidad para 1.031 personas, pero estaba sobrevendido y se calcula que entraron más de 3.000. Los matafuegos se habían vencido, algunas salidas de emergencias estaban trabadas -al igual que cuatro de las seis puertas- y la media sombra que cubría el techo emanaba cianuro de hidrógeno al incendiarse, entre otras toxinas. Además, se habían pagado coimas a los organismos estatales para "cumplir" los requisitos necesarios de habilitación del recinto.
Fueron 26 los individos procesados, de los cuales cinco quedaron sobreseídos y 21 recibieron condenas, aunque varios salieron antes de lo previsto o tuvieron penas excarcelables:
- De los organismos gubernamentales: Aníbal Ibarra (afrontó un juicio político en 2006 y fue destituido de su cargo como Jefe de Gobierno de CABA), Fabiana Fiszbin (funcionaria - 4 años), Carlos Díaz (subcomisario - 8), Roberto Calderini (inspector - 4 años y 4 meses), Gustavo Juan Torres (funcionario - 3 A y 9 M), Ana María Fernández (funcionaria - 2 A y 10 M), Alberto Corbellini (jefe de la División de Prevención de incendios de la Superintendencia - 4), Marcelo Nodar (Superintendencia - 4 A y 2 M) y Marcelo Esmok (Superintendencia - 4 A y 2 M).
- De empresas privadas: Rubén Fuertes (gerente de las empresas Ipex S.A. y Bausis S.A - 4) y Luis Perucca (miembro de Ipex S.A. y Bausis S.A - 3 A y 9 M).
- Del boliche: Omar Chabán (gerenciador - 20 - murió en 2014 de un cáncer), Raúl Villarreal (colaborador - 6) y Rafael Levy (dueño de la propiedad - 4 A y 6 M).
- De Callejeros: Patricio Santos Fontanet (cantante - 7), Diego Argañaraz (mánager - 5), Christian Torrejón (bajista - 5), Maximiliano Djerfy (guitarrista - 5 - murió en 2021), Juan Carbone (saxofonista - 5), Eduardo Vázquez (baterista - 5 - todavía está en la cárcel por el homicidio de Wanda Taddei en 2010), Elio Delgado (guitarrista - 5) y Daniel Cardell (escenógrafo - 3).
Más allá de la resolución de la Justicia, los excompañeros de Lamadrid se toman otro segundo, como los futbolistas, para parar la pelota y hacer una autocrítica a la actitud del público. "Nos creíamos inmortales, vivos por tirar una bomba de estruendo en un lugar cerrado, por pasar bengalas. A las pibas no las revisaban los de seguridad y se las dábamos a ellas. Si bien Chabán fue el gran culpable, el tipo nos lo dijo un montón de veces: 'no van a parar hasta el día que pase una tragedia'. El tipo nos puteaba, nos decía cualquier barbaridad, se enojaba y se lo hacíamos a propósito. Después vemos los porcentajes, pero responsables fuimos todos", apunta Luzzi.
En un camino similar, Lucho desglosa: "Todo el quilombo nace o arranca con la cantidad de gente de más que entra y lo que lo desata es una bengala. Y la bengala no la metió Chabán ni Ibarra, la metió la gente. También, la corrupción es un cáncer y este es un país mega corrupto, desde el Gobierno de la Ciudad de ese momento hasta las habilitaciones y los controles, que permitieron que entrara esa cantidad de personas. Responsabilidad hay de todos, sobre todo los que querían un poquito más de plata o recaudar de alguna manera".

Luzzi y De Luca, una amistad que se fortaleció tras la Masacre de Cromañón
El defensor central, antes de retirarse y dedicarse durante un tiempo a dirigir fútbol juvenil, pasó por Excursionistas, Midland, San Miguel e Ituzaingó. El volante, luego de vestir las camisetas de Yupanqui, San Martín de Burzaco y Juventud Unida, terminó su carrera a los 28 años, cuando nació su hijo en mayo de 2012, por una cuestión económica. Futbolísticamente, sus caminos no volvieron a cruzarse desde Lamadrid, pero aquel pandemonium de diciembre de 2004 los unió para siempre en una relación inquebrantable.

"Es un vínculo fuerte el que tengo con él, aunque no nos veamos tan seguido", acepta Damián De Luca, mientras que Hernán Luzzi cierra: "Son esas amistades que, si le digo ahora 'nos vemos mañana', me dice: '¿A qué hora vamos?'. Es algo que, de acá a 10 años, no va a terminar nunca".

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