Y una noche, la histórica noche del 10 de mayo de 2025, Boca volvió a ser lo más importante. Boca se despertó, recuperó su nombre, su identidad, su grandeza. Boca salió del abismo para gritar su furia contra los que se creen más que el club y les marcaron el territorio. Es hasta acá.
Era difícil que pasara, inconcebible, pero así como el 24 de mayo de 2000, hace un cuarto de siglo, Boca vibró con un caño inolvidable de Juan Román Riquelme, esta vez lo insultó. Fueron miles, a viva voz, no en las redes sociales sino en el patio de su casa: "La Comisión, la Comisión, se va a la puta que lo parió". Y la Comisión, hoy, es Riquelme. No existe el Consejo, no se le conoce la cara a ningún otro directivo. El grito, genuino, partió desde las entrañas. Y desde los muchísimos hinchas de Boca que pelean contra los de Deportivo Riquelme, un equipo unipersonal que no ha ganado nada.
No hay antecedentes en la historia de que la hinchada haya explotado contra el presidente -un ídolo como jugador-, contra el equipo, contra todo, en el medio de una definición. El grito esperó 94 minutos, ni uno más, cuando todavía no se habían ejecutado los penales. No importó lo que fuera a suceder después porque la condena no fue a un resultado sino a los modos, a una manera de conducir. La condena es a la soberbia, a la omnipotencia, a la nula autocrítica, a la mirada por encima del hombro, al desprecio y a la incapacidad. Boca, sin técnico, con un ayudante de campo de Riquelme en el banco, acababa de empatar sin goles contra Lanús. Un Lanús que venía de jugar Copa en la semana, que podía hasta acusar cansancio, y que había estado más cerca de ganarlo que Boca. El mundo al revés: el que no había tenido competencia internacional en la semana por la impericia de sus conductores era Boca.
Fueron días difíciles. Son meses, años difíciles. El hastío no es producto de la impaciencia: si algo le sobró a la hinchada -la de verdad, no la que baja banderas para Román- fue precisamente paciencia y tolerancia. Lo de la última semana se descontroló: un comunicador se fue a la banquina en un acto de discriminación inconcebible y repudiable (es increíble que en el siglo XXI haya todavía gente que confunda todo). Como si la capacidad dependiera del color de piel. Riquelme salió de su escondite, del hoyo en el que había metido la cabeza luego de los pésimos resultados del año, y lo hizo con algunas frases ingeniosas pero también con evasivas, mentiras y su habitual nivel de soberbia. No contestó sobre la Bombonera prometida, dijo que Boca había terminado primero (una visión algo distorsionada de la realidad, como cuando aseguró que le habíamos ganado los dos partidos al Mineiro) y se autoproclamó mesías, libertador, salvador del club, que en otras circunstancias ya sería una SAD.
El canto de la hincha de Boca contra la Comisión

Habrá que ver cuál fue el detonante, si alguna de esas cosas o que confirmara que no había hablado con ningún técnico para reemplazar a Gago y que pensaba dejar al equipo en manos de una marioneta que él mismo se estaba encargando de manejar (no olvidar la inmediata inclusión de Velasco y la entrada de ¡Janson! por Merentiel la semana pasada). Pero hubo un aviso antes del partido, un aviso que nadie´(o casi) tomó en cuenta seriamente. En el anuncio de la formación, hubo tres jugadores silbados: Rojo, Velasco y Belmonte. Los dos primeros son Riquelme: a uno lo trajo como líder, al otro como figura; el restante es tal vez la cara más saliente de un mercado de pases pésimo (el penúltimo). Las formas del equipo -jugó como juegan los equipos que se despiden de un campeonato y ya no pelean por nada-, una postura que recordó algunos partidos de visitante, una formación con apenas un delantero (lo mismo por lo que echaron a Gago, entre muchas otras razones), el cero gigante del resultado fueron el combustible del grito, la nafta para el incendio.
No es fácil aventurar el futuro. Riquelme nunca fue un tipo sencillo ni previsible. Habrá que ver qué hace con el club más grande de América en sus manos, si sigue manejándolo como una sociedad de fomento o se decide a profesionalizarlo, a ponerlo donde debe estar. La noche del 10 de mayo, la de anoche, será recordada como el día que el máximo ídolo deportivo del club recibió puteadas de todos los colores. Será recordada por un nuevo pedido de que se vaya (ya había ocurrido frente a Alianza Lima). Él y todos. No es ese el camino. Riquelme no tiene que irse. Simplemente tiene que tomar conciencia del lugar que ocupa. Y cambiar. Porque los únicos colores que importan son los de Boca.
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